Días de esos en los que todo va bien. Paseas por las calles de tu ciudad con una sonrisa en la cara porque te sientes satisfecho de superar una barrera mas. Creeme, andas de buen rollo y lo único que quieres es reírte. Todo es de color de rosa e, incluso, los demás se contagian de tus ánimos.
Y de pronto, y sin saber por qué, un par de frases sirven para dibujar dolor en tu rostro e inundar tus ojos repentinamente. Y, aun así, prefieres seguir adelante e intentar relajarte. Pero otro comentario acaba con todo.
Entonces sí. Estás dolido. Dolido de verdad. Tienes unas ganas inexplicables de desaparecer de ese lugar o de volver tan sólo una hora atrás y poder borrar esas palabras. Aquellas que salen de la boca de alguien a quien quieres y con el que has compartido muchos momentos desde que entraste a aquel lugar maravilloso. Y por eso mismo, por el cariño que te une, no deseas ni por un momento guardar un recuerdo así...
Huyes, escapas y buscas un rincón donde sacar el dolor a relucir sin que nadie se interponga.